Se jugaban 25 minutos y el desastre de Valdivia era un hecho. Lanaro convertía el 3 a 0 frente a un Wanderers sin ideas y desarmado por un barrial digno de Alejo Barrios un día de invierno. Era el primer partido del hombre más guapo que ha visto la banca caturra en los últimos años, pero el fútbol no se gana con belleza. Miguel Ramírez comenzaba así, un camino pedregoso, en el fondo de la tabla con 17 puntos y una diferencia de gol de -12. Todo hacía presagiar que en la última fecha del torneo, pelearíamos el descenso frente a un San Marcos que estaba un punto más abajo. Un fantasma recorría Valparaíso y no era el mismo de Europa en 1848, más bien parecía una prisión en medio del Mar del norte, rodeado de dementores. El abismo estaba cerca, pero siempre hay un Patronus al fondo del camino.
Los días pasaban, las fechas se acumulaban y los resultados eran favorables dentro y fuera de la fortaleza verde. Pasaron 91 días entre la hecatombe y el respiro final, 91 días entre la derrota en Valdivia y el partido contra San Marcos. Wanderers se metía en liguilla y debía jugar un partido clave para determinar las fechas, escenarios y rivales de llave. Con el partido terminado un domingo 4 de noviembre, quinto con 46 puntos en la tabla de posiciones, Santiago Wanderers se afianzaba en la liguilla de ascenso esperando a Deportes Valdivia.
Los números y el trabajo futbolístico estaban a la vista, para bien o para mal. Con una diferencia de -2, con 43 goles en contra y 41 a favor en 30 fechas, Wanderers termina la fase regular mostrando un fútbol deslucido, con transiciones lentas en el mediocampo pero un poco más rápidas en los últimos tres cuartos de cancha por las bandas. Bastante diferente a lo que mostró durante largos pasajes del torneo. ¿Tranquilidad? ¿Agotamiento? ¿Mesura? ¿Exceso de confianza? Ya estamos dentro, la música cambia.
Los análisis pueden ser épicos o pesimistas. El miedo está en varios frentes, incluso en Calama. La mufa, la hinchada, el sudor, la historia. Tenemos mucho de dónde ilusionarnos pero también mucho para fracasar.
Wanderers tiene que salir a jugar fútbol, como lo quiere Miguel Ramírez. Correr cada pelota, demostrar por qué estamos a un paso del ascenso, dejar claro que no es casualidad. La liguilla está ahí, esa que por muchas semanas vimos lejana, pero que ahora está a la vuelta de la esquina. Primero en Playa Ancha, después en el Torreón. Hay que jugar de la forma que nos trajo hasta acá, que nos sacó de la oscuridad del abismo, ese fútbol que nos hizo pasar del miedo a la ilusión.
Un gran equipo no se condiciona por el rival, dijo un entrenador argentino. Wanderers tiene que salir a jugar fútbol, por si no quedó claro.
El Patronus es un fénix.
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