Me niego a sostener que el idealismo está pasado de moda. Me niego firmemente a ceder frente a la realidad que busca chocarte y aplastarte. Y también busca aplastar al fútbol, y a Wanderers. ¿Qué realidad? La realidad de Jorge Luna, un jugadorazo, sí, un jugadorazo que trota y no mete cuando tiene ofertas de otros equipos, un jugadorazo que juega sin ganas cuando su equipo “no pelea por nada” –el equipo siempre, siempre pelea por algo–. La realidad de Marco Medel, otro gran jugador de fútbol, sí, un gran jugador que prefiere quedarse en la banca antes de entrar a defender los colores del club cuando ve que el partido “está perdido”. La realidad de las sociedades anónimas a cargo de clubes de fútbol. Las reglas del mercado regulando al deporte que despierta más sentimientos en el mundo. Tan normal como ir a Falabella a comprarnos un amigo y luego al Mall a cotizar una polola. Pero la realidad no es inmutable y las reglas generales siempre tienen excepciones, ¡benditas excepciones! Y vaya que sabemos de ellas en Wanderers.
Esta es la historia de un tipo alto, flaco. Escaso pelo en la cabeza, ojos de plato, orejas pronunciadas, no más que su nariz. Arribó a pastos porteños por allá por el 2012. Primera vez por estas tierras. ¿Acaso él sabía cuando recién llegó que iba a terminar defendiendo a Wanderers con tanta pasión como lo hizo con su amado River Plate de Montevideo? Lo dudo. Su plan era jugar por otro equipo, ampliar sus horizontes profesionales, triunfar lejos de su país. ¿Acaso sabía que por cada balón despejado, por cada cabezazo ganado, por cada cierre, por cada patadón –necesario e innecesario–, por cada vez que se jugó la vida y sacó aplausos por cortar un contragolpe rival, este equipo y este puerto se irían incrustando poco a poco en su corazón? “Jugaría un millón de partidos por Santiago Wanderers”, dijo, luego de defender estos colores en cien partidos. ¿Acaso sabía que aceptaría cambiar por un momento el candombe por la cueca chora, las parrilladas por las chorrillanas, la avenida 18 de Julio por Pedro Montt? Difícil, pero así fue. Mauricio Prieto, el charrúa que después de vitorear un “Uruguay nomá” puede sacar un “Eseaene”. Un wanderino más.
Y sí. La realidad está ahí, pero hay cosas que escapan a ella, la superan. En todo ámbito. No voy a escribir poemas ni canciones: en el fútbol moderno normalmente el plantel más costoso es el que tiene más opciones de salir campeón. Pero en Wanderers no nos basta con eso. No basta con vestir los colores, hay que sentirlos. Y los sentimientos no se valoran en pesos ni en dólares. Que lo diga Moisés Villarroel, Jorge Ormeño, Sebastián Méndez, y tantos otros que han vestido –y sentido– estos colores y se han aferrado a ellos dejando a un lado las reglas de mercado. Que lo diga el yorugua Prieto, que le sumó a la garra charrúa de Uruguay, la choreza porteña de Santiago Wanderers de Valparaíso: La celeste y el verde.
#RenuévenleAPrieto
Nicolás Lagos Muñoz
@NicoLagosM
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