El ladrido de fondo del perro, la única canción interpretada por aquel jefe de barra, se pierde en el tiempo.
El viento que saca su fuerza para empujar una pelota que nunca entra en el arco, de esa cancha imperfecta y dispareja. 10 camisetas verdes desteñidas con una extraña publicidad, donde sólo se distingue la frase “N.York”.
El frío que abraza aunque sea verano y esas baldosas negras y blancas de la entrada de Playa Ancha, ese estadio con rostro de coliseo de imponentes columnas, que era el anticipo de tardes y noches en las quintas de recreo camino a Las Torpederas, de hombres sin nombre pero con historias en el rostro.
Los sueños que se juegan en la cancha de baby fútbol de la Escuela de Odontología, que a veces se toma prestada sin avisarle a nadie, así como Valparaíso tampoco pidió permiso para crear una ciudad donde pudieran habitar los gatos en las ventanas, la ropa tendida, los colores y las banderas verdes que buscaban un refugio al aire libre.
Las Central Placeres, Ona y Verde Mar que con sus viejos motores y vidrios escritos con tiza, anuncian que van a la República Independiente a ver a esas 10 camisetas verdes desteñidas con una extraña publicidad, donde sólo se distingue la frase “N.York”.
El afilador de cuchillos y su melodía, y el olor a eucaliptus que circunda el viejo Playa Ancha. El hombre con la caja de helados York al hombro y la canción clásica del verano.
Los que tragan tierra en la Osmán Pérez Freire, luchan contra el viento en el Alejo Barrios y quienes todos los días bajan a buscar la pelota tras un gol, para volver a subir a jugar el partido más importante de sus vidas.
Y esa ciudad, de los gatos en las ventanas, la ropa tendida, los colores y las banderas verdes que buscaban un refugio al aire libre, espera que el viento saque su fuerza para empujar una pelota que nunca entra en el arco, de esa cancha imperfecta y dispareja.
El ladrido de fondo del perro, la única canción interpretada por aquel jefe de barra, se pierde en el tiempo y sólo vive en 10 camisetas verdes desteñidas con una extraña publicidad, donde sólo se distingue la frase “N.York”.
Y, pese al viento, la pelota nunca entra en el arco, de esa cancha imperfecta y dispareja. Así, 120 veces en la vida.
Por Ignacio Pérez Tuesta (@ipereztuesta)
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