Por Luis Henríquez Ferrari
El cargo es grave. El periodista Daniel Matamala, autor del libro “1962, El Mito del Mundial Chileno” (Ediciones B), se encuentra en calidad de imputado por el delito de traición a la patria y la pena que arriesga es de alta entidad, pues el fiscal ha solicitado la excomunión del presunto delincuente y la extradición del ideario que éste sustenta. Y que agradezca el joven trasgresor el vivir en tiempos modernos en esta tierra tolerante, puesto que en otras épocas o en otras latitudes la horca y la hoguera habrían sido el destino seguro, respectivamente, para su cuerpo y su obra. Podemos decir entonces con orgullo que, aunque poco, algo hemos evolucionado.
El dolo tras los actos de este antisocial no está en cuestionamiento. Resulta claro ante los ojos de cualquier observador, que más allá del propósito que haya perseguido el novel periodista al realizar esta herética investigación, el crimen fue cometido con conocimiento de causa y con alevosa conciencia de las consecuencias que ello provocaría. El solo título del libro es de por sí lo suficientemente irritante como para ulcerar hasta el alma misma de la nación futbolística y aquello obedece más bien a la voluntad deliberada del autor que al inocente ejercicio de la libertad de expresión. La sola calificación de «mito» ya anuncia que el contenido del texto pretende destruir los pilares sobre los cuales se ha construido la historia oficial.
La víctima y querellante en la causa, tal como se ha anticipado, es el Orgullo Nacional. Señalar que los ofendidos son «Los muchachos del 62» (descargar más abajo) sería hacer un análisis excesivamente reduccionista de la situación y no graficaría en lo absoluto el panorama de la problemática. No puede entenderse la seriedad de este agravio de otra forma que no sea comprendiendo quién es realmente el agraviado.
Así las cosas, constituye una tarea sumamente dificultosa la de intentar una defensa del acusado, pero como ésta es más bien una cuestión vocacional haré el empeño. Deseo enfatizar previamente que utilizo la palabra «defensa» y no «apología», pues no pretendo ensalzar la figura de alguien con quien discrepo profundamente, desde incluso antes de saber que discrepaba con él. Más pesada se torna entonces esta labor.
Para colmo de males, no me ayuda mucho el acusado, pues el desenfado con que emite sus juicios de valor, propio de la arrogancia cuasi inherente de la juventud, lo hacen ver como un personaje aún más detestable ante los ojos de quienes lo han de juzgar.
Sin embargo, pese a todo lo anterior, creo en la causa. Y la convicción de que el objetivo que persigo es justo no se basa, claro está, en coincidir con las descarnadas afirmaciones realizadas por Daniel Matamala en su texto o con los criterios evaluativos utilizados por éste para arribar a tales conclusiones, sino en el profundo convencimiento acerca de la necesidad imperiosa de cuestionar en forma seria y permanente la historia oficial, privándola del peligroso carácter de inamovible que adquiere en comunidades complacientes como la nuestra.
Debiera sorprender – pero el mal hábito evita que así ocurra – la oleada de coléricas y poco meditadas reacciones que ha generado este escrito, aún desde antes de su publicación. Hay, incluso, quienes explícitamente han declarado que «no leerían el libro ni aunque se los regalasen», como si se tratase de un evangelio apócrifo en manos de obispos y cardenales. Craso error, pues la defensa irracional y fútil de lo ya escrito, no hacen otra cosa sino exacerbar pasiones que frenan el progreso de la actividad.
El discurso bien argumentado, el debate constante y la contraposición de ideas, lo explícito de la opinión propia sin temor a la coacción social y el abandono del concepto de la historia como verdad dogmática, son cuestiones esenciales de una comunidad que busca su verdad – si es que acaso ello existe – en el consenso racional, y en esa línea, incluso las posturas más radicales y enervantes deben tener cabida.
Evidentemente que lo recién expuesto supera con creces el ámbito de lo futbolístico y deportivo, pero no por ello es menos aplicable a la materia en cuestión. Soy de la idea que resulta trascendente, sobre todo en estos tiempos en que el fútbol ha ido distanciándose paulatinamente de lo artístico para arrimarse cada vez más a lo científico, poder hablar inteligentemente acerca de este juego que domingo a domingo nos mueve, dejando de una vez por todas de lado el exceso de chabacanería que se ha apropiado por años de la conversación futbolera.
Comprenderán a estas alturas que no estoy defendiendo propiamente a Matamala, y que no es mi intención realizar alegaciones que busquen sostener la quebrantadora versión de nuestro Mundial que esgrime éste, sino más bien persigo el amparo de su esencial derecho, y el de todos nosotros, a discutir, controvertir, cuestionar y pensar sin arriesgar condena alguna. En suma, humildemente, no pretendo otra cosa sino que podamos avanzar a través del camino del sano e imprescindible debate, pues creo fervorosamente y espero coincidan conmigo, que esta causa no está perdida.
Descarga el capítulo 24: «Los Muchachos del 62» desde la página web del Centro de Investigación e Información Periodística. Haz click aquí.
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