Los textos acá presentados corresponden al libro “Wanderers, Biografía Anecdótica de un Club” publicado por Ediciones Stadium en 1952 y escrito por el ex dirigente Manuel Díaz Omnes. Consta de 24 capítulos y Eseaene.cl, en el mes del 121 aniversario y también en el de la Patria, te los presenta incluyendo ilustraciones para que puedas conocer lo que fue el primer esfuerzo por contar la historia de la institución más hermosa del mundo.
Frente a las tribunas populares del Valparaíso Sporting Club de Viña del Mar estuvieron ubicadas los campos de juego que acogieron a la asociación de fútbol porteña en los años 20. El lugar también fue, incluso, sede del Sudamericano de Selecciones de 1920. El Puente Cancha, en el sector oriente de la Ciudad Jardín, debe su nombre a este esplendoroso pasado futbolero (foto: mercadolibre.cl).
SEGUNDA PARTE: PARTIÓ SANTIAGO WANDERERS…
CAPÍTULO XV: «EL NEGRO NO ES NEGRO, SINO VERDE…»
Dice la filosofía popular que cuando a una persona le sale al revés todo lo que hace durante el día, es porque se ha levantado con el pie izquierdo. Sin pretender dar confirmación a esta superstición, declararemos, sin embargo, de que Santiago Wanderers, en el año 1928, dio su primer paso con el siniestro.
Entrado en año, que recibió con alborozo, tuvo su primer traspié. Antes de que el mes de enero terminara presentó su renuncia el presidente, Ernesto Guevara, por lo que estuvo con este cargo acéfalo hasta el 3 de febrero, fecha en que tomó las riendas José Antonio Soto Bunster, dispuesto a romperse todo –como en el tango- y a levantar su nivel institucional.
Pero no bien don José Antonio empezaba a afinar sus instrumentos, dejaba de existir en el Pensionado Deformes, el día 26, el gran jugador wanderino Mario Barbagelatta, el que fue despedido, a nombre del club, con un elocuente discurso fúnebre, por el secretario Carlos Santiago, y quedó sepultado, sin pena ni gloria, en el Cementerio Número 3.
Con el objeto de dar mayor envergadura a la recuperación del club y quebrar la jetta que lo perseguía, se husmeó entre la élite de sus asociados, para buscar hombres de responsabilidad y solvencia deportiva, logrando así elegir el día 6 de marzo un directorio con todos sus atributos.
Se confinó a Soto Bunster en la presidencia y a Alberto Sabugo se le nombró vice; la secretaría le fue confiada a Antonio Voltá y a Ignacio Cortés su ayudantía; tesorero fue nombrado Gregorio Arriaza y Humberto Berríos de pro; Luis Berrios y Manuel Jiménez, entraron a tallar como directores.
Con estos hombres a la vanguardia todos creyeron que Santiago Wanderers recuperaría “para sus colores el puesto de honor”; y si consideramos que la capitanía del primer equipo le había sido confiada a Manuel Bravo, jugador que por sus méritos estaba obligado a dar confianza a socios y directores, nadie dudó de que se había dado un paso definitivo hacia adelante.
Pero es el caso de que por esos mismos días empezaron a llegar a Valparaíso, delegados futbolísticos de todos los países de Sudamérica, a objeto de asistir a las reuniones del Congreso Sudamericano de Football que se desarrollaría en Valparaíso, presidido por Juan Enrique Lyon, Héctor Arancibia Laso y Norberto Ladrón de Guevara, y ante esta situación Soto Bunster se sumó a las discusiones iniciales del Congreso, pues como dirigente nacional debía asistir a él, por derecho propio.
Cuando en el referido congreso se trató la conveniencia o no de que Sudamérica se hiciera representar en el Campeonato Ámsterdam (N. de la R.: Juegos Olímpicos de 1928), los dirigentes wanderinos le dieron tanta importancia a la necesidad de que el equipo chileno se trasladara a Holanda a comer quesos de bola, que se olvidaron de su propio club, agregándose a las discusiones y banquetes del Congreso, que terminaban con champagne Irappé, sendos cigarros “Corona y Corona”, curados en cognac “Chabanneau” y nada menos que en el Club de Viña del Mar.
Frente a este evento, los clubes que nada tenían que hacer en el Congreso Sudamericano, se dedicaron a fortalecer sus huestes; y aprovechando la época de “pases” que estaba en todo su apogeo, hicieron funcionar sus grúas y de acuerdo con el axioma de que “el que pestañea pierde”, aprovecharon la pestañada de los sabihondos verdes y en menos que canta un gallo casi le dejaron el primer equipo desmantelado.
En tanto, la Federación, apenas terminado el Congreso, deseosa de juntar dineros para enviar a sus “boys” a pasear a la capital de los Países Bajos, empezó a organizar inter-citys de beneficio entre las distintas asociaciones del país, por lo que los clubes porteños comenzaron a caminar por su cuenta; y mientras Valparaíso Ferroviario ganaba a Colo Colo, el La Cruz salía en gira triunfal y Everton y Jorge V se sonreían ante la quiebra total de Wanderers.
Para colmo, la Asociación Valparaíso fijó varios partidos preparatorios, antes de iniciar su competencia, programando el de Everton frente a Wanderers, por lo que este último se vio obligado a completar su equipo con jugadores de divisiones inferiores, en cuyo match Aceituno, de Everton, se dio el lujo de volver loco a pelotazos al improvisado arquero Manuel Martínez, profesor de box de Santiago Wanderers y Campeón de Chile de peso liviano, que se puso al arco con buena voluntad y en la creencia que parar una pelota era lo mismo que barajar un golpe a la mandíbula. Sin embargo, para dar satisfacción a su gente, Manuel Bravo convirtió un golcito, con lo que demostró su clase y nada más.
El mes de abril ya había entrado con sus fríos y lloviznas cuando la Asociación Valparaíso confeccionó su calendario definitivo.
Hill, Urrejola, Contreras, Díaz, Elgueta, Alfaro y Coddou tomaron las de Viladiego; y ante la casi total disolución del cuadro de honor, Juanito Iligaray se dijo: “Comiendo se van las penas” y el ofreció a Urrejola una opípara comida de despedida, para que se fuera bien contento a Santiago a jugar por el club Universitario.
Para el domingo 29 se programó el clásico Wanderers-La Cruz. Los amarillos saltaban en una pata de gusto, mientras los caturros se agarraban la cabeza a dos manos. Los diarios locales informaban los pormenores de este “clásico”, conjuntamente con preguntarse: ¿Qué cuadro presentará Wanderers? Ya ni siquiera se contaba con la cooperación del capitán, pues Bravo parece que no estaba dispuesto a hacer el ridículo por segunda vez.
Los diarios, en sus páginas deportivas, destacaban en un cuadro a dos columnas la alineación de equipo cruciano, mientras que en otro de las mismas dimensiones colocaban los nombres de Domínguez y Varas, junto a un enorme signo de interrogación.
– ¿Con qué equipo se presentará Wanderers?- era la pregunta de toda la afición.
Soto Bunster, mientras tanto, enviaba informaciones oficiales a la prensa, pidiendo a los socios pasar a reconocer filas, en la secretaría provisional del club, situada en Avenida Pedro Montt y anunciando la pronta inauguración de un local definitivo.
Los socios, mientras tanto, que ni siquiera pagaban las cuotas, se miraban con caras angustiadas y se preguntaban en voz baja:
– ¿Con qué equipo se presentará el club el 29?
Y cuando cayó el crepúsculo del domingo 29 de abril y en la cancha número uno del Valparaíso Sporting Club el cuadro Santiago Wanderers derrotó a un clásico rival por la cuenta de cuatro a dos, hasta los técnicos deportivos del diarismo porteño, creyeron que Soto Bunster había hecho un milagro.
– ¿De donde sacaron ese arquero?- consultaban todos, refiriéndose al Negro Carmona, que había sido héroe de la jornada – ¿De qué club lo trajeron?
A lo que Soto Bunster, henchido de satisfacción, respondía
– Es un antiguo jugador del club que solamente no le habíamos dado chance…
Los dirigidos de La Cruz, con el toro comido por esta derrota inesperada, pues hasta se quedaron acachados con el banquete de celebración del triunfo, presentaron un formal reclamo ante la Asociación, alegando la no inscripción del arquero Carmona, y diciendo, por lo tanto, para sí, los dos puntos perdidos en cancha.
Algunos dieron caracteres de escándalo al “Caso Carmona”, pero luego se dieron con un palmo de narices cuando la Asociación informó que el Negro Carmona Toro era más verde que los pinos desde tiempos inmemoriales y que siempre se ponía bajo el arco en la cancha número cinco y jugando por la cuarta.
Carlos Santiago, que era el delegado titular de Wanderers en la “Valparaíso”, tuvo una salida que hizo reír al honorable Consejo:
–El delegado reclamante del La Cruz, parece que sufre de daltonismo– dijo –Pus el Negro Carmona no es negro, sino que es verde, como lo prueban las inscripciones que acaba de leer el señor secretario…
El 8 de septiembre de 1929 se inauguró el estadio «El Tranque» de Viña del Mar, que en 1962 pasó a llamarse Sausalito y ahora sometido a una lenta y completa remodelación. Su primer administrador fue José Antonio Soto Bunster, quien en paralelo era el presidente de Santiago Wanderers. El cuadro caturro animó el cotejo de fondo de aquel día…(foto: Guillermo Baeza Correa en Flickr.com)
SEGUNDA PARTE: PARTIÓ SANTIAGO WANDERERS…
CAPÍTULO XVI: NO PUDE CUMPLIR SU ÚLTIMA MISIÓN, CAPITÁN
José Antonio Soto Bunster, como presidente del club, decretó por sí y ante sí -de acuerdo con su personalidad múltiple- que el 37° Aniversario de Wanderers fuera celebrado con bombos y platillos. Además como administrador del Estadio El Tranque de Viña del Mar, quería inaugurar este con harta utilería y actores de primera y así dejar satisfechos a montescos y capuletos.
–Para el 15 de agosto-dijo- hay que traer equipos de Santiago para realizar un festivalazo deportivo. Sin perjuicio de una buena comilona en el amplio local de nuestra institución.
Y no le faltaban razones para su proyecto. Santiago Wanderers disponía de un gran local en calle Victoria, con grandes comedores, mejores billares, amplia cantina y asoleada cancha de rayuela, amén de una sala de reuniones que ya se la hubiera querido la I. Municipalidad para una reunión solemne.
El Capi Soto, daba instrucciones y redactaba boletines, mientras Carlos Santiago -el secretario, delegado y asesor técnico- se deshacía trabajando en la secretaria y colocando el punto final a las ideas del presidente que sólo lograban su realización con el visto bueno del secretario.
Ocho años llevaba Santiago desempeñándose en ese cargo, habiéndose identificado en tal forma con el rodaje de su club que bien podría decirse que Carlos Santiago era Santiago Wanderers o que Santiago Wanderers era Carlos Santiago.
Desde el “Crecent”, aquel prestigioso club de antaño, había pasado a engrosar las filas wanderinas en el año 1916, en donde supo destacar rápidamente su personalidad, imponiendo sus inigualables condiciones de caballero y su versación reglamentaria.
Su espíritu inquieto de hombre de acción se desbordaba de la amplia sala de su secretaría, para llegar hasta el Consejo de Delegados de la Liga Valparaíso o para aflorar en las columnas de la prensa, siempre en defensa de sus ideales deportivos, bajo los seudónimos de “Chicharra” o “Caruso”.
Joven, inteligente y diplomático. Era un cruzado del deporte con todos los atributos del caballero. Y frente a estos adornos personales, nadie más indicado que él para que se trasladara a Santiago a pactar unos matchs amistosos de futbol entre Unión Española y Wanderers, y Escuela Militar con Escuela Naval, con que se celebraría dignamente el aniversario del Club, e inaugurar con hartas campanillas el Estadio El Tranque, en donde el Capi Soto era amo y señor.
Y el día 10 de agosto partió hacia la capital, con muchos documentos en la carpeta y más ideas en la cabeza.
Pero no bien inició en Santiago las gestiones que se le encomendaran, hubo de regresar al Hotel Bristol, en donde se hospedaba, con el presentimiento que desde la Estación Bellavista, había emprendido a la capital un viaje sin retorno. Sus fuerzas físicas de iban debilitando momento a momento y el término de su jornada preséntasele ante sus ojos, como una realidad irredargüible.
No obstante, su fortaleza espiritual manteníase intacta y, en este evento, trasladosé en automóvil a la calle San Gerardo N° 777, del Barrio Recoleta, en donde tenía la seguridad de encontrar la tibieza de hogar, en casa de su amigo Luis de la Fuente y un cariño fraternal para sus flaquezas corporales. Fue recibido cariñosamente por el jefe del hogar y su esposa- por algo eran amigos de la infancia;- y una vez brindada la hospitalidad, hubo frases de optimismo que, aunque levantaban el espíritu, no podían hacerlo con la realidad de la materia.
Santiago se iba minando poco a poco.
–Yo creo, Lapicito que me voy- dijo en la mañana del día 12 a de la Fuente, empleando el apodo fraternal de la juventud.-Me gustaría que me proporcionaras papel y tinta. Necesito escribir unas cartas de despedida.
Don Lucho la cabeza para limpiarse ocultamente una lágrima y repuso haciendo un esfuerzo: -No seas pesimista , Carlos. Si ya mañana estarás bien.
Pero, en realidad, el enfermo se iba…
Se le proporcionó lo solicitado; y mientras Luis de la Fuente salía a la calle a informar a los amigos del verdadero estado de este “pioner” del deporte, Carlos Santiago, semi recostado sobre el lecho, escribía sus tres últimas cartas: dos para sus íntimos y una para Soto Bunster, el presidente de su club.
La mañana invernal, corría por las calles de la capital con paso acelerado, mientras De la Fuente, Gregorio Arriaza, Orianoz y Antonucci, buscaban todos los medios con que prolongar la estadía de Carlos Santiago sobre la tierra.
Cuando el cañón del Santa Lucía golpeó irreverente los tímpanos de los habitantes de la gran capital, anunciando el mediodía, Carlos Santiago lo escuchó también por última vez y tomando un papel y una pluma, escribió con letra temblorosa sus últimos deseos, dirigidos al dueño de la casa:
“Lapicito:
Solo a que me quedaban tres cheques le he pedido a Soto Bunster, le envió un cheque por $200.-
Muchas gracias por las atenciones. Saludos especiales a su familia. Espero mande mi cadáver al Santiago Wanderers, Victoria 644, cuanto antes.
Adiós
CARLOS.”
Puso el papel y pluma sobre el velador y se quedó con la vista fija hacia el norte, cual si quisiera decir con su gesto de placidez absoluta y doloroso a la vez, al presidente de Santiago Wanderers:
-“No pude cumplir su última misión, capitán…”
El reloj de sobremesa indicaba las 12 horas y 28 minutos, cuando Luis de la Fuente entro a la habitación y constató su agonía.
-¡Carlos!…- exclamó.
Pero este sólo movía la cabeza y balbuceó una frase incoherente. Cerró los ojos y abandonó esta tierra.
Requiescant in Pace
La noticia en Valparaíso causó revuelo. La prensa informó a grandes titulares el deceso del gran secretario y todas las entidades deportivas adhirieron al luto de Santiago Wanderers.
Y German Boisset, Presidente de la V Zona de la Asociación de natación y Waterpolo, Tesorero del Club Universitario de Deportes de Santiago y ex dirigente del Club Regatas Valparaíso e íntimo amigo de Carlos Santiago, creyendo no poder venir al puerto, envió sus condolencias por intermedio de Alberto Sabugo, pero a última hora se embarcó en Mapocho en un tren de carga y arribo a Valparaíso, al amanecer, logrando formar en el cortejo.
Julio Montaner-sin cargo para el club- montó una gran capilla ardiente, en el salón de honor de Santiago Wanderers y a las 10 de la mañana del día 15 de Agosto, día de aniversario, el cadáver de Carlos Santiago, abandono para siempre su secretaría, escoltado por los viejos tercios Arturo Acuña, Eliseo 2° Guerra, Romeo Borghetti, Gustavo Ducassé, Victor Romero, Pedro Cortés Besa, Francisco Montes de Oca, Arturo Gonzalez, Guillermo Lyng, Andrés Morán, A. Paulide y J.Alvarado.
Rafael Luis Barahona fue el encargado, a nombre del Club, de despedir sus restos en el cementerio; y el día 15 de Agosto de 1929 Santiago Wanderers agrego un año más a su dilatada vida, en las puertas mismas de la ciudad de los muertos.
- Pronto publicaremos los capítulos XVII y XVIII titulados “El negro no es negro, sino verde” y “Primer experimento profesional”, respectivamente.
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