«Recuerdo aquel día…»
Es inevitable dejarse persuadir por la nostalgia un 9 de diciembre. Es inevitable porque representa un día en la que todos los sentidos de nuestros cuerpos fueron satisfechos, en la que la brisa del puerto parecía más romántica de lo habitual. En donde en general la alegría se apoderaba de una ciudad que ha tenido una y otra vez que sobreponerse ante la adversidad, al igual que el Wanderers 2001, contra todo y contra todos.
Recuerdo aquel día en el me desperté aun creyendo que la noticia que me había dado mi abuelo el día anterior había sido un sueno de un niño de 11 años. Pero era cierto, haciendo horas extras improvisado como taxista había logrado hacerle un recorte al dinero de la luz para asistir el estadio conmigo.
Unas horas mas tarde, que parecieron segundos en la conciencia, me encontraba en una micro que tenía como destino sumarse al festejo del Wanderers campeón. El que las hacia de loro vivía sus propios sueños producto de que continuamente tomaba algo que en ese entonces yo encontraba asqueroso, eran otros tiempos.
Me atreví a entonar los primeros eseaene en la micro los que fueron respondidos y con ello me fui animando el asunto hasta el final del viaje.
Al entrar al nacional se me puso la piel de gallina. Siendo Playa Ancha y Sausalito los únicos recintos que conocía el ver de frentón 50 mil wanderinos con el verde flameando en lo más alto me provoco una sensación que hasta el día de hoy me llena, me recuerda una de las razones por las que seré un eterno agradecido de Wanderers.
Recuerdo aquel día en el que un relajo en el primer tiempo provoco el poder presenciar al campeón del torneo en todo su esplendor en la primera etapa, los tantos de Fernández, Riveros y Soto los recuerdo bajo el fraternal abrazo de mi abuelo y un deshago de alegría que incluyo partidos épicos como los dos frente a Coquimbo y frente a la Unión en Sausalito, todos con un hombre, en ese entonces joven Joel Soto quien se convertiría en mi ídolo de infancia.
Una salida del Estadio Nacional que en el retorno a Valparaíso tardo 3 veces la cantidad de tiempo del viaje de ida, que también llevo bien impregnada en la memoria. Porque fue el día en el que mi abuelo me dijo algo que siempre recordare.
«Disfruta de esto porque puede pasar mucho tiempo para que
lo vuelvas a vivir. Pero eso es lo que tiene ser wanderino, por
ello lo disfrutamos de forma especial, distinta. Disfruta e intenta
agradecerle este alegría a Wanderers.»
Y se lo agradezco, ante todo por darme la alegría de mi vida y un objetivo en la misma, se lo agradezco por haberme entregado una razón para vivir momentos inolvidables con mi abuelo, no puedo dejar de agradecer el ser Wanderino, el ser porteño.
Recuerdo aquel día en el que la vida me enseño lo que era ser feliz.
Algún día le devolveré esa alegría a Wanderers.
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